lunes, 27 de agosto de 2012

Capítulo cuarenta y ocho. Hoy he soñado imposibles


Hoy he soñado imposibles.
Que te besaba.
Que sin saberlo, y sin maletas, un día llegabas a mi casa
[porque no te hacían falta].
Que de repente me mirabas y lo sabía.
Que en la estación eras tú quién me despedía con mirada triste
cuando hacía apenas un momento me habías regalado otro de tus después.
Que mi oído había memorizado tus suspiros.
Que tu olor no era solo un recuerdo.
Que, siendo mi pesimismo optimista,
durante todo este tiempo que te pensé
te había olvidado sin saberlo.

Pero he despertado y lo he sabido.
Que no me besabas.
Que jamás conocerás mi casa.
Que nunca más podré saberlo cuando me mires.
Que en la estación no eres tú,
sino mi reflejo con mirada triste
el que me despide
sabiendo que no habrá más de tus después.
Solo mis durantes.
Que mi oído,
quizá como el tuyo
[espero que no],
solo recuerda mi frase desafortunada.
La última.
Que respiro tu olor en todas las cosas
menos en mí.
Que, siendo mi optimismo realista,
durante todo este tiempo que no te pensé
no te había olvidado sin saberlo.


No es un poema. Es.... otra cosa.

viernes, 17 de agosto de 2012

Capítulo cuarenta y siete. De púas y cuerdas rotas.


El aire entra con dificultad en sus pulmones. Se vuelve denso cuando los cascos dejan de aprisionarle el cerebro y se enfrenta a todo lo demás.

Música. 

Aún recuerda el sonido de las cinco cuerdas de aquella guitarra desafinada –la tercera, quizá la segunda, se había roto por el desgaste-. Y el tacto en sus dedos. La madera. La respiración impaciente de quien le pareció, sintió celos de esas cinco cuerdas que en ese momento rozaban sus yemas.


Quiere que alguien pueda regalarle esas púas que guarda en una cajita de plástico. Se las cambiaría por todas las caricias que le debe.


“Ve y díselo a la gente, qué fuimos en la habitación.”
Rojas.