viernes, 17 de agosto de 2012

Capítulo cuarenta y siete. De púas y cuerdas rotas.


El aire entra con dificultad en sus pulmones. Se vuelve denso cuando los cascos dejan de aprisionarle el cerebro y se enfrenta a todo lo demás.

Música. 

Aún recuerda el sonido de las cinco cuerdas de aquella guitarra desafinada –la tercera, quizá la segunda, se había roto por el desgaste-. Y el tacto en sus dedos. La madera. La respiración impaciente de quien le pareció, sintió celos de esas cinco cuerdas que en ese momento rozaban sus yemas.


Quiere que alguien pueda regalarle esas púas que guarda en una cajita de plástico. Se las cambiaría por todas las caricias que le debe.


“Ve y díselo a la gente, qué fuimos en la habitación.”
Rojas.

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