martes, 5 de abril de 2011

Capítulo treinta y siete

Ayer te besé. Besé tu boca y mordí tus labios. Besé tu cuello, tus hombros desnudos. Tus mejillas y tus manos.

Besé tu cuerpo, dejando en cada beso trocitos de mí. Recordando a tu piel, en cada uno de ellos, mi olor, mi tacto. Impregnando tus poros de mí.

Ayer me besaste. Humedeciste tus labios para besarme. Acariciaste mi mejilla con tus manos, dejando tu rastro en mí. Me hablaste al oído. Bajito. Poco importaba, estabas ahí.

Ayer te aprendí. Otra vez. Te aprendí y me aprendiste. Y supimos juntas cosas que jamás habíamos conocido de la otra.

Hoy me quito de ti. Me quito y me desquito, y luego vuelvo a quitarme. El agua cae por mi cuerpo arrastrando cada una de tus huellas, tus besos, tus caricias y tus suspiros. Cada rastro de tu olor en mi piel.

Y aun así te recuerdo. Mi olfato aún retiene tu esencia. Mi boca sabe a ti, y mis manos todavía recuerdan el tacto de tu cuerpo.

Y entonces entiendo que no te merezco, porque quizá mi cuerpo debió estremecerse no más, pero sí mejor bajo el tuyo; porque posiblemente mis besos habrían sido más sinceros en otros labios. Porque te quiero. Te quiero y te quiero, pero no es suficiente como para poder susurrar esas palabras en tu oído y dejártelas oír.

domingo, 3 de abril de 2011

Capítulo treinta y seis.

Podría escribir. Podría escribir durante horas, días, meses enteros explicando qué me pasa. Explicando los inexplicables síntomas de esta inexplicable enfermedad a la que jamás podré poner un nombre. Por miedo, por asco, por vergüenza. Por ignorancia. Por pura maldita ignorancia.

Podría hacerlo. Llenar este blog de letras, de palabras que, unidas, formarían largas e incluso bonitas frases. Podría, para luego borrarlo todo.

Porque no, no podría en realidad explicar qué, qué es lo que me atormenta, lo que me atosiga cada minuto, cada segundo en cada paso. Porque al volver la vista atrás para averiguar qué me persigue tan sólo podría encontrar una triste sombra de mi triste cuerpo. Miserable, huidiza, lejana a mí.

Porque sé que si en realidad giro la cabeza demasiado rápido encontraré el síntoma, el pequeño tumor, la pequeña metástasis que yo, mi propio cáncer, he extendido por todo mi cuerpo. Porque, en el fondo, sé que puede ser benigno a veces, sólo a veces, pero también muy adentro sé que la solución no es otra que extirpar. Extirpar el tumor benigno y maligno al mismo tiempo, y llevarme con él cualquier órgano afectado. Tan sólo así podré curar poco a poco mi cáncer, curarme yo misma.