martes, 5 de abril de 2011

Capítulo treinta y siete

Ayer te besé. Besé tu boca y mordí tus labios. Besé tu cuello, tus hombros desnudos. Tus mejillas y tus manos.

Besé tu cuerpo, dejando en cada beso trocitos de mí. Recordando a tu piel, en cada uno de ellos, mi olor, mi tacto. Impregnando tus poros de mí.

Ayer me besaste. Humedeciste tus labios para besarme. Acariciaste mi mejilla con tus manos, dejando tu rastro en mí. Me hablaste al oído. Bajito. Poco importaba, estabas ahí.

Ayer te aprendí. Otra vez. Te aprendí y me aprendiste. Y supimos juntas cosas que jamás habíamos conocido de la otra.

Hoy me quito de ti. Me quito y me desquito, y luego vuelvo a quitarme. El agua cae por mi cuerpo arrastrando cada una de tus huellas, tus besos, tus caricias y tus suspiros. Cada rastro de tu olor en mi piel.

Y aun así te recuerdo. Mi olfato aún retiene tu esencia. Mi boca sabe a ti, y mis manos todavía recuerdan el tacto de tu cuerpo.

Y entonces entiendo que no te merezco, porque quizá mi cuerpo debió estremecerse no más, pero sí mejor bajo el tuyo; porque posiblemente mis besos habrían sido más sinceros en otros labios. Porque te quiero. Te quiero y te quiero, pero no es suficiente como para poder susurrar esas palabras en tu oído y dejártelas oír.

1 comentario:

  1. DIOS MÍO!!
    Es el texto más precioso del mundo entero!! Dice tantísimas cosas! Es maravilloso! Menuda mano que tienes para escribir!!
    Te sigo sin duda alguna!

    ResponderEliminar