domingo, 3 de abril de 2011

Capítulo treinta y seis.

Podría escribir. Podría escribir durante horas, días, meses enteros explicando qué me pasa. Explicando los inexplicables síntomas de esta inexplicable enfermedad a la que jamás podré poner un nombre. Por miedo, por asco, por vergüenza. Por ignorancia. Por pura maldita ignorancia.

Podría hacerlo. Llenar este blog de letras, de palabras que, unidas, formarían largas e incluso bonitas frases. Podría, para luego borrarlo todo.

Porque no, no podría en realidad explicar qué, qué es lo que me atormenta, lo que me atosiga cada minuto, cada segundo en cada paso. Porque al volver la vista atrás para averiguar qué me persigue tan sólo podría encontrar una triste sombra de mi triste cuerpo. Miserable, huidiza, lejana a mí.

Porque sé que si en realidad giro la cabeza demasiado rápido encontraré el síntoma, el pequeño tumor, la pequeña metástasis que yo, mi propio cáncer, he extendido por todo mi cuerpo. Porque, en el fondo, sé que puede ser benigno a veces, sólo a veces, pero también muy adentro sé que la solución no es otra que extirpar. Extirpar el tumor benigno y maligno al mismo tiempo, y llevarme con él cualquier órgano afectado. Tan sólo así podré curar poco a poco mi cáncer, curarme yo misma.

1 comentario:

  1. ¿Ves como no era tan difícil soltarlo? El primer paso es saber que lo tienes, sabes que estás en la falda de la montaña y tienes que llegar a la cima. Metáforas desagradables aparte, y ya que últimamente hablamos mucho de estrellas, creo que tú también eres una que se apaga, pero porque huyes a encontrar tu propia luz. Déjala entrar, porque escondes a una persona maravillosamente feliz.

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