jueves, 24 de enero de 2013

Capítulo cincuenta y dos. Poema sin título.



Eres las veces
que te pienso.

Eres, también,
la música que abrasa
mis oídos
y te clava,
a golpes,
en algún remoto,
recóndito
e insignificante lugar
[que jamás encontraré].

Eres.
Y tanto eres
que eso que eres se me escapa,
revolviendo mis noches,
mis sueños y hasta
mis momentos íntimos.

Y eres, también,
en estos días cuyo tiempo
no tiene medida
y pasa lento y veloz, todo a una,
hasta los apuntes, que no son
sino tu nombre escrito mil veces,
y subrayado cien
en amarillo.

Eres, eres todo
y también más.
La goma
con la que borro tu nombre,
las mañanas de estudio,
y las tardes, y las noches de nuevo.
Y el día siguiente. Y los mensajes de texto,
borrados.

Eres la bebida energética
que me consume.
Y la tila que no me ayuda.
Y el chocolate, y las respuestas
que no me sé.

Eres mi examen.
El de mañana y el que tendré
en unos días.
Y el que no paro de suspender
durante toda mi vida.

Eres… eres
el examen
para el que nunca me preparé.

viernes, 4 de enero de 2013

Capítulo cincuenta y uno. Voces, voces, voces.



El bloqueo más absoluto me invade. La contradicción se hace dueña de mi mente y mi cuerpo, que luchan en una batalla por ganar al otro. Mi cama se convierte en el altar que me sostiene, inmóvil, deseando estallar en mil pedazos y salpicar, salpicar por dondequiera.


Nada queda claro. El qué hacer más generalizado se convierte en una duda que comienza a sangrar y, sentada en mi cama con la mente en stand by, planeo planear algún plan aplazado en otras ocasiones de similar confusión que jamás llevaré a término.


Me sumerjo en más dudas, tan densas que me hacen imposible, imposible, imposible salir a flote…


Sobre mí, sobre lo que veo ahí afuera. Revuelvo de forma casi enfermiza entre mis pensamientos, preguntándome, cerciorándome de si lo hecho está mal, de si hice realmente bien lo que en su momento consideré nada más y nada menos que correcto. 


Las voces en mi cabeza se confunden con las que vienen de fuera. Me saturan, me convierten en algo tan minúsculo que apenas me siento capaz de efectuar maniobra alguna.


La incapacidad se hace un hueco y ataca a bocajarro: imposibilidad de sentirme bien o simplemente viva. La firmeza se esfuma y se convierte en la laguna en la que nado, densa, densa y oscura, mi particular mar de dudas.


Frustración e impotencia, insatisfacción y una vez más incapacidad de convertir cualquier acto en un halo de firmeza. El fondo de mi laguna son arenas movedizas que, junto con las voces externas, me atrapan a cada paso e inspeccionan mi pisada, cada vez más de puntillas, cada vez más débil.


Equivocación. Fraude. Mentira. Decepción. Multiplícalo por mil y avisada quedas. Y enfado. Y llanto. Y tristeza. Mucha tristeza. Como si los errores fueran algo intrínseco en mí –solo en mí- y no en el ser humano. Como si la firmeza que he de desarrollar –quizá algún día- dependiera de esas voces, las voces de fuera, las que me atacan, me confunden, me disuelven y me apartan de lo que un día esperé, fuera lo correcto o simplemente MÍO.



Las voces que habitan mi cabeza, las voces de ahí fuera, mi propia voz…. ¿Tengo voz propia?