Me llevas
en tus manos.
A cada
sitio y en cada momento
de tu día.
Me llevas
en tus manos
y no lo
sabes.
O no lo
piensas.
Me llevas.
Me llevas y
finges
no hacerlo.
No haberte manchado.
No haberme
querido
esta tarde,
este verano, esta vida.
Me llevas
en tus manos
y dudas si
me quieres,
dudando yo
aún más
sobre si
debo quererte o perderte
para siempre
o quizá mañana.
Me llevaste
ayer tarde
cuando
entre sábanas descubrí,
por fin
contigo,
el placer
humano de escuchar por vez primera
mi canción
favorita.
Me llevas
ahora que te has ido a casa
y me has
dejado aquí, también
con mis
manos llenas de ti,
de quererte
sin que nadie lo sepa,
de mirarte
de reojo
sin saberlo
yo siquiera.
Me sigues
llevando, en tus manos,
en tu
cuello y en tu boca.
Y en mis
sueños, también, de la mano.
Y me
seguirás llevando.
En tus
manos, en tu piel,
en tu
cuello y en tu boca
y tus
recuerdos o los míos,
o
simplemente mis sueños.
Me seguirás
llevando
aunque sea
precisamente ahora,
cuando
menos me quieres,
cuando más
te merezco.