viernes, 14 de septiembre de 2012

Capítulo cuarenta y nueve. Me llevas en tus manos.



Me llevas en tus manos.
A cada sitio y en cada momento
de tu día.

Me llevas en tus manos
y no lo sabes.
O no lo piensas.

Me llevas.
Me llevas y finges
no hacerlo. No haberte manchado.
No haberme querido
esta tarde, este verano, esta vida.

Me llevas en tus manos
y dudas si me quieres,
dudando yo aún más
sobre si debo quererte o perderte
para siempre o quizá mañana.

Me llevaste ayer tarde
cuando entre sábanas descubrí,
por fin contigo,
el placer humano de escuchar por vez primera
mi canción favorita.

Me llevas ahora que te has ido a casa
y me has dejado aquí, también
con mis manos llenas de ti,
de quererte sin que nadie lo sepa,
de mirarte de reojo
sin saberlo yo siquiera.

Me sigues llevando, en tus manos,
en tu cuello y en tu boca.
Y en mis sueños, también, de la mano.

Y me seguirás llevando.
En tus manos, en tu piel,
en tu cuello y en tu boca
y tus recuerdos o los míos,
o simplemente mis sueños.

Me seguirás llevando
aunque sea precisamente ahora,
cuando menos me quieres,
cuando más te merezco.

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