No le salen las palabras. Sabe qué quiere decir y no le salen. No encuentra formas para explicar qué pasa por su cabeza y por qué. Entre caladas a lo que podría haber sido un cigarrillo –en el caso de haberlo liado mejor- no para de reflexionar sobre qué y cómo podría escribir lo que siente, lo que piensa y desea olvidar. Mientras deja que el humo se escape de sus labios se percata de que hay algo más que se escapa, que huye y no va a volver.
Y se ríe. Se ríe de una forma inhumana. Se ríe tristemente, irónica y sarcásticamente de sí misma. Se siente ridícula ante todos y se odia por esa sensación.
Lo peor de todo es que sabe por qué toda esta maraña de pensamientos, sensaciones y remordimientos la atormenta ahora –y antes-. Lo más triste de ello es que está segura de que detrás de todo tan sólo hay una causa: ella.
Y por eso se odia más aún. Porque sabe que no merece la pena, porque le frustra saber que la echa de menos y la necesita, y porque le duele demasiado saber que quizá no haya superado algo que ni siquiera había que superar, porque jamás ha pasado.
Porti
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