domingo, 20 de febrero de 2011

Capítulo treinta y uno

Conversación difícil. Final extraño. Armisticio en forma de abrazo que le supo increíblemente bien, realmente perfecto.

Por un segundo abrió los ojos dentro de aquel abrazo que estaba durando más de lo estrictamente necesario. Apenas acertó a ver una calle vacía, unos transeúntes invisibles que dejaron de existir para él en ese momento en el que agarró la mano de ella para estrecharla contra sí. Todo se le hizo borroso, ajeno e inservible. No importaba, no en ese instante en el que ella estaba allí.

Y de repente todo pareció mejor. Más fácil, más bonito. Más brillante. Estaba cerca. Extremadamente cerca. Como a él más le gustaba. Estaba entre sus brazos. Y, aunque sabía que jamás podría aspirar a más, en ese momento sintió que no necesitaba ese más. Y la apretó con fuerza, dejando atrás el miedo a resultar asfixiante, demostrándole con ello todo lo que ella ya sabía.

Que la quería.

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