viernes, 11 de junio de 2010

Capítulo Quinto

Se sentó en el asiento trasero de aquel coche polvoriento que tan familiar le era. Le esperaba un viaje no tan largo en minutos como se le hacía en su mente al pensar que el tiempo que le quedaba en ese automóvil iba a tener que oír aquella voz que tan pesada le resultaba. Se le antojaba desagradable, como un chirrido. Si al menos las palabras tuviesen algo… algo que no resultase vacío, algo que le interesara… pero no era así. Se limito a saludar con un simple “hola”, ni muy alto ni muy bajo, lo suficientemente audible como para parecer cortés sin llegar a mostrar entusiasmo.

Se resignó y pensó que podría dar rienda suelta a su imaginación, como cada noche hacía antes de dormirse, pero entre sus deseos hechos realidad en su insensata mente se colaban ruidos pertenecientes al chirrido que procedía de esa voz. Acabó por irritarse, y, como siempre, se dio por vencida y fijó la vista en las líneas discontinuas dibujadas en la carretera. Comenzó a escuchar las palabras que salían de la estridente voz, que siguieron antojándosele absurdas. Le entraron ganas de pedirle que se callara, o de poner la música del coche a todo volumen. Se rio silenciosamente ante esa idea e, inconscientemente levantó la cabeza. Entonces lo vio.

Nubes de todas las formas y colores inundaban el cielo de vida. Eran alargadas, redondeadas, con sombras, tonos azulados, anaranjados… imaginó a un pintor intentando plasmar esa imagen, lo creyó imposible. Jamás había visto tantos colores, tantos juegos de luces y sombras. Las nubes bailaban con el viento, la luz tenue del sol del atardecer las alumbraba mágicamente.

De repente dejó de oír. Su cuerpo se había concentrado tan sólo en un sentido: el de la vista. Por primera vez ese día sintió una pequeña punzada de felicidad, que le llegó en forma de escalofrío. Sus ojos dejaron de reflejar ese halo de tristeza para mostrar ilusión. Lástima que tan sólo pudiese apreciarlo el cristal de la ventanilla del coche.

Había llovido durante todo el día. Pero había merecido la pena si el resultado era aquel. De repente, el coche paró, la dueña de la voz chirriante se bajó y todo volvió a la normalidad. Ya en el asiento del copiloto, con la mirada melancólica de siempre, Irene se atrevió a pensar que el gris de las nubes de ese día había ido a parar a su cabeza.

Porti

1 comentario:

  1. Tú y tus nubes, cualquier día te me vas subida en una...

    Suerte preciosas! Da gusto leeros....

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