miércoles, 9 de junio de 2010

Capítulo Tercero

Aterrada. Salió de clase tan temerosa de escuchar su voz, sólo de escuchar su voz, que poco le faltó para correr por las escaleras rumbo a la salida. El corazón le palpitaba con fuerza, también la sien, le temblaban las manos. No hubiera sabido explicar por qué. No hubiera sido capaz de encontrar una razón lógica a su actitud y su miedo. Casi se abalanzó sobre la bicicleta, en aquel mismo lugar en que el día anterior él la había asaltado con una banal excusa, la había entretenido, envenenado, había conseguido una cita y la había dejado ir confusa hacia un incierto destino. Ahora ese destino se dibujaba con claridad, no podría amarlo nunca, y prefería rehuirlo, destruir con la indiferencia sus vanas ilusiones, demoler los cimientos de aquel amor esperando que el tiempo remendara un corazón destruido. Temblando, sin acertar apenas, consiguió liberar de los candados la bicicleta, lanzó a la cesta la mochila y se montó. Pedaleó con ímpetu alejándose de su risa, de sus ojos, de su voz y sus palabras. No fue capaz de mirar hacia atrás, temía encontrar su mirada interrogante, una súplica, escuchar su propio nombre salido de sus labios. No se detuvo ni un sólo instante, el cuello rígido, sus manos aún temblaban mientras aferraban con fuerza el manillar. Se sentía perseguida; era de nuevo aquel temor que la asaltaba en sus pesadillas, la terrible sensación de ser perseguida y no ser capaz de volver la cabeza, de parar y hacer frente. Su corazón palpitaba con violencia, más aún al relacionar de repente sus sueños con la realidad. ¿A qué temía? ¿Era al amor? ¿Era tal vez miedo a fracasar? No acertaba a comprender el por qué de aquel miedo irracional.


Chío Beloki

No hay comentarios:

Publicar un comentario