viernes, 17 de diciembre de 2010

Capítulo veinte

Suele andar escribiendo. Lo hace en negro, le recuerda más a ella. El azul no le gusta, le parece artificial. Escribe letras, palabras, frases que se mezclan con la música que oye en sus grandes cascos, y que tamborilea con el bolígrafo negro, siempre negro, cuando piensa en qué puede seguir escribiendo.

Sus manos, heladas por el frío y por la lata de cocacola que siempre la acompaña en sus momentos de soledad, se mueven nerviosas cuando no tiene nada que hacer.

A cada rato se lía un pitillo. Algunos se los fuma, otros los guarda en cualquier cajetilla de tabaco que utiliza como improvisada pitillera.

Y siempre en el mismo sitio. Siempre sentada en el mismo lugar. Esas escaleras desde las que puede curiosear, observarlo todo sin apenas ser vista, sin que la gente se percate de su presencia. Allí analiza, observa, busca y encuentra constantemente sobre qué escribir, preparada con su bolígrafo negro y algún folio ya usado.

Y la gente pasa por allí, justo a unos centímetros de ella, subiendo los escalones en los que tan a gusto se encuentra, de los que ha hecho su rincón especial. Algunos la saludan, com mayor o menor entusiasmo, otros se limitan simplemente a mirarla. La mayoría ni siquiera se percata de su presencia. Pero ella, imperturbable, en el mismo lugar de siempre, haga frío o calor, llueva o nieve, se limita a observar, escribir, beber o fumar, o todo junto.

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