martes, 21 de diciembre de 2010

Capítulo Veintidós

Se dejó caer en la silla con el periódico abierto y un cigarrillo entre los dedos. Estaba agotado. Aquella mañana había tenido que madrugar, a pesar de tenerla entre sus brazos por primera vez, a pesar de que hubiera dado la vida por permanecer unas horas más allí tumbado, se decía. Pero era precisamente eso lo que estaba en juego y no tuvo más remedio que levantarse y salir a la calle, dejándose arrastrar a regañadientes por el sentido común, haciendo frente a la lluvia y el viento. Llegaba tarde y la prisa no le dejó pensar en la noche anterior, maldijo su suerte, pero la noche había sido hermosa y no dudaba que habría más, menos improvisadas, pero igualmente hermosas. Eso lo animó y se negó a aminorar el paso y mirar hacia atrás, hacia el cielo o hacia los charcos para entregarse al recuerdo y retroceder luego. Había futuro, eso bastaba.

No volvió al piso hasta varias horas más tarde, después de haber solucionado todos sus asuntos y haber dado un largo paseo bajo el pálido sol que luchaba por hacerse un hueco entre las nubes, cada vez más diluidas en el cielo. Pudo recordar placenteramente, mientras caminaba, cómo aquella noche improvisada había dado un nuevo giro a su vida. Luego, sus pies le llevaron a un café, y henchido de alegría por haberlo solucionado todo satisfactoriamente, sacó un libro de su mochila y se puso a leer acompañado por la música, el constante murmullo de la clientela y el silbido de las cafeteras. Todo estaba bien.

Cuando al fin llegó al piso ella ya se había marchado. No le importó demasiado. El escaso sueño y el largo paseo cayeron pesadamente sobre su cuerpo y decidió darse un descanso antes de emprender la marcha de nuevo. Se tumbó en el sofá con el periódico que había comprado en el camino y ojeó los titulares. Nada nuevo. Se asustó de la completa indiferencia con la que pasaba de cuerpos ahumados en una explosión a rivalidades entre países, mujeres asesinadas, secuestros políticos o accidentes en las minas.

La tarde se le escapó entre autobuses y absurdas clases que poco le aportaban. Pero cuando volvió al piso, ya de noche, le pareció que el día había sido más largo que de costumbre. Su humor se había vuelto a agriar, trabajos inacabados y compromisos eludidos le hicieron sentir terriblemente mal.

Se sentó en la silla frente al escritorio y miró a través de la ventana. Fuera llovía a raudales y los cristales temblaban azotados por el viento. Encendió un cigarrillo y se hizo de nuevo con el periódico. Su móvil vibró entonces sobre la mesa. Sonrió. Cuando volvió a mirar por la ventana, la oscuridad le pareció su cómplice y la lluvia más hermosa que de costumbre.

1 comentario:

  1. Sin palabras. Sin duda una de las mejores entradas de blog que he leído en mi vida. Sin pretensiones ni soberbia. Sencillamente perfecto

    ResponderEliminar