martes, 21 de diciembre de 2010

capítulo veintiuno

Lluvia. El ruido de las gotas de agua golpeando todo aquello sobre lo que caen la marean, la aturden. La introducen en un absoluto sopor del que sólo consigue salir cuando el choque de una de esas gotitas resulta ser más fuerte que el de las demás.

Confusión. Sus pensamientos, sus sentimientos y sensaciones dentro de sí misma caen con la misma continuidad con la que lo hacen las gotas de agua, y golpean contra cada parte de su cuerpo, cada atisbo de tranquilidad y paciencia que pueda albergar en su interior para humedecer su fortaleza, así como la lluvia humedece el asfalto en las calles, la arena en la playa y el césped en el parque.

Y la tormenta no cesa. Jamás lo hace. Únicamente cambia la intensidad, lo que la vuelve más desgarradora, más dura y menos soportable aún. De cuando en cuando, como si de gotas de lluvia se tratase, un pedacito de dolor, alojado en una nube de olvido que ella misma se creó, cae y lo inunda todo de sensaciones amargas, hirientes y desesperantes.

Sí, sabe lo que dijo. Sabe que se prometió a sí misma explorar más allá del yo, aunque también se hizo otras promesas, como la de evitar inundaciones olvidando lo inolvidable y esperando que las cosas mejoraran. Pero no ha parado de llover y la humedad ha ido aumentando progresivamente. Por ello mismo ahora necesita más que nunca excavar en lo más íntimo, eliminar cualquier zona inundada y llenarse por completo de hormigón, para que no se filtre el agua.

1 comentario:

  1. No creo que sea práctico impedir que filtre el agua. Solo hay que canalizar ese filtrado.
    Y sobre todo, saber que siempre acaba la tormenta, antes o después, pero acaba. ;)

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